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El deseo de vivir09/05/2024- Por Teodoro Pablo Lecman - Realizar Consulta
El psicoanálisis encara, en un altísimo nivel de confianza necesaria y de complejidad contextuada en la cultura y en la abstinencia y el propio análisis del analista, su formación de toda la vida y su experiencia histórica, elaborar cuál puede ser el deseo y el goce que está tratando, más allá del “duro deseo de durar” (“le dur désir de durer”, Paul Éluard), en el deseo de vivir, en una época donde el absurdo reina.
“La primavera” (1482) de Sandro Boticcelli*
Ya hemos desarrollado algunas cuestiones sobre Sobrevivir y su complejidad en un texto anterior[1]. Ahora apuntamos a la construcción del deseo de vivir, básico para sobrellevar el dolor de existir[2], más allá del deseo de durar[3], que es en realidad quedar objetivado en un significante fuera de la cadena del deseo, que no remite al deseo del otro, característica fundante del ser humano en el otro, lo que por lo tanto bordea la pulsión de muerte[4].
No consideramos “la lucha por la vida”[5], en el sentido de un darwinismo social que no parece haber sido adjudicado a los seres humanos por el autor de El origen de las especies sino a los animales, sobre todo por el tema de la selección natural y la supervivencia del más apto.
Sin embargo, es indudable que la vida lucha por mantenerse, en su relación consigo misma y el medio, lo que implica la autorregulación y la entropía negativa postuladas por Schrödinger, es decir, la de mantener un orden regulado durante su existencia hasta que perece el individuo y continúa sin embargo el ciclo biológico de la materia en cada ecosistema[6].
En el mundo humano hay un salto y la lucha por la vida entre los otros humanos, es empero comprobable en las etapas de la vida, el deseo y el goce (ver la gran imagen de l’Épinal, Les dégrés de l’âge, que también ya citamos en otro texto[7]).
Como siempre, además, los grandes escritores describen y profetizan los tiempos, marcan el futuro con sus símbolos: así Los tiempos difíciles de Dickens o la más reciente ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Phillip Dick, entre otras muchas, que tiene la ventaja de imaginarse un mundo sumergido tras una guerra nuclear (nunca más cercana que hoy), a los androides y a la rara costumbre humana de animales domésticos, eléctricos –o electrónicos– en este caso, emblemáticos.
Sería deseable postular la cooperación, claramente estudiada por Kropotkin en La ayuda mutua, ya en el reino animal, en correctísima interpretación de Darwin no sesgada por la hipercompetitividad y la crueldad propuesta por el capitalismo corporativo, sino ubicada para los seres humanos en el Malestar en la cultura.
La concentración en las grandes ciudades y sus enormes paradojas ya implica a más del 51% de la población mundial y en ascenso, con un incremento de la soledad y el extrañamiento en medio de la muchedumbre impresionante (caso Tokio, Londres: Ministerio de la soledad, etc. ver La muchedumbre solitaria de David Riesman o La ciudad pánico de Paul Virilio).
Otra vieja serie de TV, La ciudad desnuda (con el lema “hay 8 millones de historias en la ciudad desnuda”-Nueva York) exponía uno a uno casos particulares del viejo género del policial, cuyo iniciador fue nada menos que el extraordinario Edgar Allan Poe. Desde el cuervo negro de su famoso poema Nevermore (nunca más) se eleva un reclamo que atraviesa la historia, no casual en su vida desgraciada y alcohólica, para llegar hasta nosotros con el agregado de los múltiples traumas de la historia.
En medio de todo eso, en una compleja sobredeterminación a deducir y establecer en la transferencia, suele desenvolverse la vida de cada uno, caso por caso. Eso es lo que pude encarar cierta perspectiva del psicoanálisis, en el nivel de confianza necesaria y de complejidad contextuada en la cultura y no en la neutralidad, que no existe, sino en la abstinencia y el propio análisis del analista, su formación y su experiencia histórica, para dilucidar, si tiene tiempo[8], cuál puede ser el deseo y el goce del sujeto que está tratando, más allá del “duro deseo de durar” (“le durdésir de durer”, Paul Éluard[9]), en aras del deseo de vivir, es decir del deseo del deseo del Otro.
Se puede matizar así la afirmación de Lacan de que el deseo emerge de entre las sombras del deseo de muerte, referencia que apunta obviamente al cuño edípico, pero que en determinadas épocas de la propia vida y la historia colectiva puede retrogradar a la pura locura de la muerte (suicidio y homicidio: matar al otro en uno y a uno en el otro) desencadenada por circunstancias particulares.
De ese modo también matizamos la observación de Freud sobre el Hombre de las ratas, aquel modelo de neurosis obsesiva fijada en el deseo de muerte: si no hubiera muerto en la guerra hubiera sido capaz de grandes “rendimientos” (Leistungen). Coincidencia que siempre nos llamó la atención: la guerra ha aniquilado al sujeto en todos sus aspectos.
Su padre, por otro lado, era un militar y sospechado de manejos deshonestos. Y había profetizado que su hijo sería un gran hombre o un criminal, ante la incapacidad del mismo de insultar. No le quedaba mucha salida para pagar la deuda simbólica de la filiación respecto a la paternidad. Su síntoma de los lentes había sido un intento. ¿Cómo sabía Freud que hubiera sido capaz de grandes rendimientos? ¿Por qué invoca la guerra, esa exaltación de la muerte real recíproca como límite?
Arte*: Boticcelli (1445 – 1510) fue un extraordinario exponente del Renacentismo italiano.
“La primavera” representa una escena narrada por el poeta Ovidio en “La metamorfosis” y en los “Fastos”.
[1] en https://uba.academia.edu/teolecman (https://www.academia.edu/115236323/Sobrevivir)
[3] Duro deseo de durar, según Paul Éluard.
[4] Es decir, el retorno a lo inorgánico al quedar precipitado a la absoluta soledad de su propia muerte, condición ineludible del ser humano, pero que acompañada por el otro y el deseo, puede morigerarse, gerenciar la muerte, digamos, como sucede en todos los pueblos no occidentales, donde el culto a los muertos es esencial a la comunidad y al ciclo de la vida (altar de muertos de México) y el cementerio suele tener un lugar predominante en la ciudad, no ser un lugar limítrofe, como el manicomio en Occidente.
[5] Thestruggleforlife fue un libro del prolífico H.G. Wells, autor incluso de una Esquema de la historia Universal, así como de las muy famosos El hombre invisible, La máquina del tiempo, La guerra de los mundos, etc., todas ellas fuentes de numerosas ficciones de cine y tv.
[6]Hemos recomendado repetidas veces La individualidad en el reino animal de Julian Huxley, de 1912, aún vigente. Y para el ecosistema el viejo texto de A. Thiennemann: Vida y mundo circundante, ed. Eudeba, Buenos Aires. Todo ello lo dábamos en nuestra cátedra de Psicofisiología aggiornado a la época y como precedente positivista ineludible del psicoanálisis.
[7]Un devenir que es un ciclo de retorno en la vejez a la cuna, sobre el borde del juicio final, una manera de llamar, según Lacan, al proceso netamente humano de una segunda muerte y un segundo nacimiento, que corresponden al nacimiento al símbolo.
[8] Allí recordamos las observaciones de Edith Jacobson y Searles sobre que el sujeto en peligro ha emitido pedidos de ayuda, que no fueron advertidos. Nos recuerda la película, El año que vivimos en peligro, que evoca la gran masacre de los seguidores de Sukarno en Indonesia por parte del general Suharto, genocidio brutal de un millón de muertos, tildados de comunistas.
[9] En Eluard (autor de Capitale de la douleur, entre otros libros de poesía notables) arbitrariamente, porque no fue analizado, es decir, haciendo una aplicación arbitraria, destacamos dos cuestiones (¿fortuitas?): Dalí le sustrajo a su mujer, Gala, (quizás por eso tuvo que durar duramente nada más, mientras Dalí se llenaba de dólares y galas ) y en otra ocasión, pese a la influencia que tenía en el partido comunista, se negó a usarla para salvar a un camarada de la furia homicida stalinista.
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