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Inimaginables “horizontes” en la dirección de nuestra praxis. Las manzanas de Adam. Acerca del film Adams æbler

04/04/2015- Por Hugo Dvoskin - Realizar Consulta

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Las cárceles, dicen mayoritariamente las constituciones, serán lugares que favorezcan la reinserción social del delincuente y no serán lugares de castigo. Más allá de la poca verosimilitud de esa idea, en algunos lugares, luego de cumplida la condena, el Estado también se encarga de proporcionarle a quien haya cumplido total o parcialmente la pena, un lugar de trabajo, de reinserción social efectiva. Iván, el párroco de esa pequeñísima comunidad danesa será el que tienda su mano a estos condenados de Dios y la Justicia para que puedan reinsertarse en la comunidad.

 

 

 

                   

 

 

 

 

Ficha técnica y artística

Título: Las manzanas de Adam

Título original: Adams æbler

País: Dinamarca / Alemania

Año: 2005

Género: comedia negra

Director: Anders Thomas Jensen

Guión: Anders Thomas Jensen

Reparto: Ulrich Thomsen, Mads Mikkelsen, Nicolas Bro, Paprika Steen, Ali Kazim, Ole Thestrup, Nikolaj Lie Kaas

Duración: 94 min.

 

 

 

Colaboró Mariel Bordaçahar. Las ideas de Eduardo Holzcan, Georgina Gagliardi y Claudia Varela están incluidas sin citar.

 

 

“Quizás el destino humano

de breves dichas y de largas penas

es instrumento de Otro.

Lo ignoramos: darle nombre

de Dios no nos ayuda”.

Jorge Luis Borges

 

“Es necesario que quiebre al párroco”, dice Adam.

 

Adam sonríe

Las cárceles, dicen mayoritariamente las constituciones, serán lugares que favorezcan la reinserción social del delincuente y no serán lugares de castigo. Más allá de la poca verosimilitud de esa idea, en algunos lugares, luego de cumplida la condena, el Estado también se encarga de proporcionarle a quien haya cumplido total o parcialmente la pena, un lugar de trabajo, de reinserción social efectiva. Ivan, el párroco de esa pequeñísima comunidad danesa será el que tienda su mano a estos condenados de Dios y la Justicia para que puedan reinsertarse en la comunidad. Ofrece un lugar de paso, de estadía temporaria –quizás anhela que sus huéspedes se queden definitivamente para colaborar con su epopeya- con la ilusión de que los ex-convictos –Khalid, Gunnar y Adam- encuentren en él y en su iglesia protestante, el camino y la fe perdida que, en rigor, nunca tuvieron. Ivan se propondrá como el pastor del lugar donde las almas irán a redimirse…

 

Adam ha logrado finalmente quebrar al párroco. Lo ha confrontado con la discapacidad absoluta de su hijo Christopher. Serán apenas unos minutos. Los suficientes como para que Ivan se recupere y le diga con su tono firme y monocorde -esta vez no sin un tinte de confesión- que efectivamente su hijo no está tan sano, que padece de una fuerte gripe. Adam vuelve a anonadarse. Retoma su proyecto. No el de la tarta de manzana que ha acordado en un inicio con Ivan, sino el de quebrarlo porque no soporta esa impavidez ante el infortunio, ese poder seguir adelante después de cada calamidad. El asombro de Adam no tiene límites y es sólo comparable a la travesía de Ivan. La vida de Adam está llena de paradojas, sólo comparable con la capacidad negadora de Ivan. Cuando la bala atraviese el ojo de nuestro párroco y como consecuencia se cure del cáncer porque el balazo arrasó con el tumor, el médico abandonará el pueblo porque la vida de Ivan atenta contra su modo científico de pensar los hechos. Le resulta una ironía de la vida que el método para curar a un paciente que sufre de un tumor cerebral sea un balazo certero. Los procedimientos médicos suponen tener la posibilidad de repetirse. La cura de Ivan pone en su punto cúlmine la existencia de enfermos y no de enfermedades. Si la medicina ahora se maneja con estadísticas, ¿la posibilidad improbable debería entrar entre los procedimientos? Resulta un delirio pero cabe preguntarse, ¿frente a un paciente terminal, a seis días de una muerte inevitable, habría que probar con un arma de alto calibre como último recurso?

Será Adam y no Ivan quien se termine quebrando y como lógica consecuencia se sumará también a la épica de reinsertar ex presidiaros a la vida comunitaria. En el recorrido habrá hecho el insight que lo lleva a entender porqué Job es más que un nombre bíblico.

 

Con Job

A Job y a Adam, al final, les ha ido bien. Atravesado el desierto se encuentran supuestamente con la bondad de Dios que todo lo cura. Los efectos de la travesía, como en Isaac, quedan a nuestra cuenta, quiero decir del psicoanálisis: tener que revisar esa historia y encontrar el punto de basta para que el sujeto no se melancolice. Sin embargo debe tenerse en cuenta que aquí, en su excursión dinamarquesa y dado los resultados, cabe interrogarse sobre la dirección posible de este procedimiento (de esta cura) sin que eso suponga suscribirla. No hay dudas de que para Adam, para sus compañeros de claustro y para la comunidad, el recorrido ha sido efectivo y beneficioso.

Job, protagonista literario e imprescindible de la película, propone que el sujeto debe implicarse de modo tal y decisivo para la existencia. Implicarse y preguntarse por la propia culpa o responsabilidad en forma absoluta. Debe dedicarse plenamente a encontrar en los designios de Dios buenos augurios. Un Spinozismo -que encontraremos en Milosc[1]-, esta vez fanático, tal vez aberrante o atroz… pues ya no sólo se ama lo bello y lo horroroso sino que lo horroroso ha sido imaginariamente transformado para que porte el nombre de lo bello. Si la realidad es precaria, si los sostenes son tan delicados, las teorías que cada uno tiene ayudan a que el telón no se pliegue y guarde una tensión suficiente como para darle credibilidad. La realidad de Ivan tiene un pilar insustituible sobre el que se ha armado una estatua de mármol y a la que Adam se empeña en encontrarle sus pies de barro. Ivan tiene una certeza “Dios está con nosotros” dice. Es un pasaje que va de la filosofía y la religión a la psicosis. Va más allá de sostener forzadamente al Otro, implica abandonar toda duda. Incluso las supuestas pruebas del Diablo serán leídas como el mejor camino para llegar decidido a Dios.

El personaje que proponemos, Job, más allá de las metáforas que pudieran hacerse entre Ivan y él, se hace presente, su nombre queda inscripto cada vez que la Biblia cae y se abre en la misma página.

Este Job danés tiene diferencias notorias con aquel otro bíblico. Veremos en primer lugar algunas similitudes. Ninguno pone a prueba a Dios. Ambos han sido sometidos a prueba sin saberlo y no se suponen culpables de hechos puntuales. Lo significativo de Job -y por lo que es castigado una y otra vez- es no imaginar siquiera la posibilidad de ser culpable o castigable. Job confunde ser el mejor con estar libre de culpa y cargo. Pretende quedar fuera del pecado original y se siente capaz de tirar la primera piedra (“quien esté libre de culpa y cargo”, dirá mucho después Jesucristo). No suponer la culpa de su lado, aunque no la tenga, lo hace culpable del pecado de soberbia que es el mayor de los pecados capitales porque refiere a la relación con Dios. Suponerse inocente nos hace culpables. “Yo soy puro e inocente, y no tengo falta ni pecado” (Job, 33,9). En el Nuevo Testamento, la muerte de Jesucristo vendría a redimirnos de esta culpa que no podría no tenerse. A la vez la duplica porque es una nueva apuesta al mismo procedimiento. Los otros pecados capitales refieren a los objetos de placer o a los otros humanos (la gula, la pereza, la ambición, la ira, la envidia, la lujuria). La soberbia supone desafiar a Dios.

La enseñanza del texto de Job podría resumirse irónicamente en que uno nunca debería perderse la oportunidad de sentir culpa. “Algo (te) habré hecho”, es lo que Job no se interroga y lo que se le demanda. La travesía de Job le pone nombre a la culpa como intrínseca al sujeto. Es un modo de la culpa que obtura la castración del Otro porque si bien pretende la implicación de cada uno, es fundamentalmente una apuesta a que el Otro nunca podría estar en falta. La falta estaría siempre en uno. Todo castigo, toda pena, no son sino un nombre de la justicia divina. El neurótico, dirá Lacan, elige la castración imaginaria, la culpa propia, para evitar la castración simbólica, la falta del Otro.

Tengamos presente las diferencias: la vida de Job tuvo años promisorios, la de Ivan sólo conoció la desdicha. A Job lo ponen a prueba para determinar si querría a Dios estando en la ruina. A Ivan se lo somete para ver si es capaz de ver lo bello en semejantes desgracias. Ivan tiene la singularidad de haberla pasado mal sin atenuantes y sin aparentes compensaciones: violado por el padre, su madre muerta en el parto, un hijo tetrapléjico y deficiente mental, su esposa se ha suicidado por no soportar la condición congénita de su hijo y una hermana lujuriosa lo cual representa los peores valores para su comunidad cristiana. Ahora también tendrá las palizas que le propina uno de los convictos a quien pretende reinsertar. Insatisfecho, Dios lo ha beneficiado con un cáncer. Si Job ha tenido años felices, para Ivan, en el mejor de los casos, se trata del mítico Paraíso perdido porque las tres generaciones por las que transcurre la vida de un hombre han sido dañadas irreparablemente.

Podría ser que Job e Ivan estuviesen en las antípodas: Job habría estado a prueba sin saberlo e Ivan pasa pruebas que nadie le pone. Quizás la vida de Ivan sea un efecto de haber leído a Job. Lo mismo dos veces es siempre distinto. Podríamos pensar a Ivan como el sujeto que ya ha experimentado la pasión de Job y ha atravesado ese desierto. Ahora se encuentra con las mismas supuestas pruebas. Job después de la Biblia, Job después de Job. Guardan importantes diferencias porque mientras Job niega que él o los suyos hayan hecho algo que amerite el castigo, Ivan niega que los hechos hubieran sucedido. “Dios no (me) haría eso” podría decir Job. “Dios no hace eso”, diría Ivan. Se emparentan en que ninguno cuestiona a Dios. Han operado sus mecanismos para mantener un Otro completo, pero no con el mismo resultado. En ese modo diferencial encontramos una distinción posible entre la clínica de la neurosis y la psicosis. A Ivan lo hemos llamado el Job danés, quizás sea el Job psicótico.

La posición neurótica de Job, paradojalmente, hace que sus objetos sean excesivamente sustituibles. No sólo las ovejas se cuentan por número y se reemplazan -hasta felizmente porque aunque hayan muerto muchas ahora tiene el doble-, sino que los hijos no tienen nombre y se cuentan por cantidad. Le han asesinado a siete hijos y tres hijas pero ahora tiene diecisiete, catorce y tres. Será difícil explicar que sean con la misma madre –el pato de la boda según parece-, y incomprensible que su vida no estuviese deshecha por la muerte de los diez primeros. Los hijos se tienen de a uno, pero en la estructura metafórica -llevada al límite como en el caso de Job- al ser sujetos del lenguaje, parece poder decirnos “hijo por hijo”. Inversamente, para Ivan, quien al negar los hechos afirma que un hijo es hijo más allá de sus cualidades, no tiene hacia su hijo otro requerimiento que el ser fruto del vientre materno, porque ha aceptado que “los caminos del señor son inescrutables” y que todos somos iguales ante sus ojos.

 

 

Creencias

El sujeto de la tragedia griega se sostiene en una creencia denegada del oráculo. El héroe trágico cree en él, pero hace para que no se cumpla. Las profecías podrían no cumplirse si no se creyera en ellas porque en la acción que intenta evitar el cumplimiento es precisamente donde el oráculo se cumple. Edipo escapa a su destino para encontrarlo en el camino y en Tebas. En Shakespeare no será tan redondo. Para que no se cumplan los decires de las brujas se cometen toda clase de fechorías, se ejecutan crímenes para acelerarlos como es la ejecución de Duncan por Macbeth u homicidios en los que se yerra el blanco, como cuando asesina a Banquo en lugar de asesinar a su hijo que es a quien teme Macbeth. La creencia en el Otro en la neurosis es tan fuerte como endeble. No en vano el neurótico suele pedirle a Dios pues supone, sin que lo aceptara si lo interpeláramos, que la voluntad del Señor es modificable, ya sea si un sujeto se comporta maliciosa o bondadosamente o si la plegaria arguye razones válidas o, eventualmente, si lo que se prometiera fuera del interés de Dios. Aquí se cree pero de un modo notoriamente relativo porque se cree en Dios pero se lo considera sensible a pedidos singulares. O tal vez se cree que Dios, repitiendo los “errores” que en su tiempo costaran la vida de Abel, tiene preferidos, hijos y entenados. En una posición firmemente religiosa, y no es un dato menor, tampoco cabría agradecerle a Dios en lo que refiere a cuestiones singulares como si él hubiese tenido una consideración especial para con alguien. El plan de Dios supone ser un plan mayor y es independiente de los individuos particulares. Dios trabaja para la especie humana, para el mundo o eventualmente para él. Ser religioso supone una entrega que se le hizo difícil a Job, que Ivan intenta y que, como el camino de la santidad, no acepta recetas porque la voluntad de ser santo o de ostentar la fe es en sí pecaminosa por la ambición que supone. Muerde la soberbia. Entre las condiciones para ser santo está el abandono de toda intención de querer serlo. Ivan está en los bordes serios de ser un creyente y por ello mismo a nosotros comienza a interpelarnos el diagnóstico de psicosis.

Si para Freud la religión era la mejor defensa frente a la neurosis –o un modo de encubrirla-, la religiosidad extrema sería un modo logrado de encubrir la psicosis. Para Ivan la voluntad del todopoderoso es inmodificable. Pero las dudas que le genera el nazi y la posible metáfora o dialéctica que pudiera tener lugar entre Dios y el Diablo producen una fisura que su sistema no tolera y que lo hace quebrar. De hecho, si el nazi consigue que el público se identifique con un personaje tan personal e ideológicamente reprochable es porque pondrá en cuestión que Dios esté necesariamente del lado de Ivan o, en general, que esté de nuestro lado. Se lo podría formular del siguiente modo, “no es seguro que el Plan Mayor nos tenga como beneficiarios”.

Adam le genera a Ivan una descompensación que toca lo real del cuerpo, un fenómeno al cual se podría aplicar la categoría de lo psicosomático porque ese cuerpo, que no lo era, accede a esa dimensión de ser sensible a los afectos, a la angustia. Ya no le alcanza con que Dios entienda y perdone todo los hechos y del mismo modo. En el mundo de las relatividades neuróticas existe la dialéctica y las escalas que impiden que diferentes delitos sean sancionados y perdonados por igual. En el mundo bizarro de la religiosidad absoluta donde el nazismo es redimible, incluso el nazi no tolera que se lo exculpe de sus crímenes. Es un perdón que no se sostiene en negar los hechos como lo haría un antisemita –quienes ideológicamente estuvieron a favor de los campos de exterminio a la vez niegan su existencia porque no les es posible integrar a su vida cotidiana semejantes aberraciones-. Ivan, por el contario, los acepta y los redime.

El recurso del perdón genera un fenómeno inimaginable como proceso psíquico. Por un lado es obviamente imperdonable un nazi que haya masacrado en un campo de exterminio. Por el otro, ¿qué se hace con cada uno de los que colaboró con las SS y la Gestapo y ya han cumplido con la sentencia a la que se los ha condenado? Porque este jerarca nazi que asevera no poder ser perdonado por los crímenes que ha cometido, que considera que Ivan está loco por perdonarlo es, paradójicamente, lo más rescatable que podría esperarse de un sujeto de esta calaña: no minimiza, no racionaliza ni pone excusas para los crímenes cometidos. Es lo más que puede esperarse de un terrorista de Estado: saberse culpable -al menos fuertemente responsable-. No es alguien que amerite el olvido, ni el perdón, pero que, cumplida la sanción penal -mal que nos pese- queda habilitado para la reinserción social. ¡Qué no daríamos nosotros por escuchar a algún militar acusado de violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad declarando que sus actos no merecen perdón dada la gravedad de las aberraciones cometidas![2]

 

Poner la otra mejilla ha sido tildado de posición masoquista. Sin embargo, dista de ser una posición perversa para adentrarse en el campo de las posiciones éticas o, digamos audazmente, de la mismísima dirección de la cura. Es una apuesta a que un otro sujeto no soporte que alguien se ofrezca al dolor. Es también apuntar a lo insoportable del sadismo de cada quien. Es un límite a suponer el golpe como respuesta educadora a la pedantería y la soberbia: “Tuve que abofetearlo para que bajara su orgullo”. La suposición de poner otra mejilla: sin orgullo no será necesario otro golpe. Al no haber defensa, el atacante se rinde. No se rendiría ante un ataque o ante una defensa, sino ante el no defenderse. La lógica es que la no defensa obliga al otro a detenerse, a reflexionar sobre su golpe al no existir el fragor de la batalla. De hecho, Ivan logra con el perdón que le otorga al jerarca nazi que manifieste que no podría haber perdón, arrepentimiento, ni tarea comunitaria que le alivie la carga. Paradójicamente, el “perdón” de Ivan lo obliga aún más, a punto tal que para algún espectador la escena podría ser ridícula, absurda o de comedia.

Sin embargo… y si para alguno la lectura inicial podría ser que Ivan representa el bien absoluto, no debe olvidarse que Sarah en nombre de los daños que no hará el alcohol no se hace los análisis genéticos. O el fatal destino de la madre de Christopher que, conjeturamos, amén de no soportar haber tenido un hijo con semejante discapacidad, no pudo sobrellevar la negación de Ivan que seguramente le impidió solidarizarse con su dolor porque el hecho no existía. Quizás hasta le haya demandado agradecerle a Dios por haberles dado un hijo tan sano. Tal vez ese combo haya precipitado el suicidio.

 

Medidas, Ivan y final

Khalid nos muestra que el problema no es que la violencia esté éticamente mal, sino que no impide que los buitres en sus diversas formas no retornen a los árboles a picar las manzanas. En todo caso el problema es disparar sin medida. Un sin medida que lo emparenta con el modo de comer y de robar de Gunnar o con el modo de beber de Sarah. Si para ellos el sin medida es el fenómeno que sobresale en su sintomatología, la pretensión de una medida exacta es el fenómeno de Ivan. En el momento de contar las galletas frente a Sarah podrían situarse que el diagnóstico de psicosis refiere a su lógica no sólo a su modo maníaco de “negar la realidad”. Son cinco galletas, dos grandes y tres chicas. El obsesivo, en este caso Adam, compensa rápido. Dos grandes valen aproximadamente por tres chicas. No es exacto, no es preciso, es convincente. Así divide. Para Ivan la división amerita certeza porque quedarse con más, más galletas o más grandes, sería ofender a Dios por estar dándole menos al otro. De ahí el enojo de Ivan con Adam. No importa que después Ivan le coma las galletas. Eso ya es otra escena. Importa la primera, cuando las galletas son presentadas e Ivan no encuentra un modo inequívoco de dividir que pueda acreditar la certeza en la que vive. Si afirma que su hijo tiene problemas con las matemáticas es porque las matemáticas tienen una estructura que es imposible para él.

Podría pensarse que hasta la llegada de Adam, Ivan había fracasado con el gordo -seguía borracho y robando- y con el moro -no había abandonado la violencia. No obstante, como buen analista, Ivan podría argüir que es justamente el tiempo lo que juega a favor de él. Aunque al momento de la llegada de Adam no ha habido suficientes avances, el proceso no se hallaba detenido. En todo caso, en todo tratamiento no faltan recaídas. Sólo hay que saber conducirlas tal como lo hace Adam en el robo al maxi-kiosco en la estación de servicios donde logra evitar que se produzcan daños irreversibles y víctimas humanas.

“Yo necesito quebrarlo”, le ha dicho Adam al cura, porque si Ivan no se quiebra, corre el riesgo de quebrarse él, de que vacile su ideología nazi, de relacionarse con un moro. “Tendría que sacar el afiche de Hitler y dejar una cruz en las paredes”, completamos nosotros. Se entiende que el cristianismo haya optado por semejante símbolo como su mejor representante, la cruz, el lugar del martirio de Jesús -un Job extremo- que soportó aun con la conocida vacilación (“Dios porque me has abandonado”) estoicamente su recorrido… y esa travesía, ese entregar infinitamente la otra mejilla debería hacer ceder la voluntad y la necesidad de dañar al otro.

La posibilidad de la muerte que se presenta con su mascarón, un cáncer incurable, introduce en Ivan ese límite infranqueable que deja truncos todos los planes. Ahora el párroco se quiebra nuevamente y siente que no podrá conducir el barco ni el árbol, y deja a todos a la deriva. Pero no eran los planes de Adam que lo quería quebrado, racionalmente quebrado. Sólo la biología lo ha logrado. Adam tiene sus vacilaciones pero por ahora no son más que la solidaridad que aun un nazi genera con sus congéneres, con el “amigo Moro”. Lo que viene es de otra estofa. Adam, que al ver la cama vacía lo había dado por muerto, lo ve resucitar del calvario del hospital, de la sangre que no gotea de las manos pero sí de las orejas, de las heridas que no se han hecho con la lanza pero sin con una 45. Vuelto de entre los muertos, aunque Ivan no camina sobre las aguas se lo puede ver con su humilde atuendo caminando entre nosotros. Su tabique deformado y su ojo vidrioso dicen que la travesía no ha sido sin consecuencias.

¿Habrá sido la posibilidad de la muerte de Ivan o las dudas que se materializaron cuando afirmó que “Dios nos odia”? ¿O serán las tormentas, el cáncer y el volver entre los muertos lo que hace vacilar a Adam y abandonar a Hitler y a los nazis? Debemos aclarar que Adam no deja de ser un cordero. Ahora pertenece a otro rebaño. Ha cambiado de líder o de macho alfa. Pero a la vez ha habido una modificación singular de ideología y objetivos. No es un dato menor más allá de que ahora sea políticamente correcto. La creencia no es necesariamente en Ivan pero sí en su método que lo ha hecho llevar adelante el proyecto de la tarta. Entonces podríamos afirmar que no ha sido ninguno de los enunciados supra lo que ha precipitado el cambio, sino haber visto a Gunnar devolverle la manzana, abandonar la voracidad en sus diversas formas y hasta la pereza que lo ha llevado a tener ese cuerpo que alguna vez fue el de un deportista. La manzana viene a representar, como siempre, la tentación. Empero, esta vez, además encarna poder pensar en el otro, ser generoso, tener medida. Aun cuando la relación sexual no exista tal como afirma la teoría, en algunas cuestiones es sustentable la existencia de algunas reciprocidades, de algunas concurrencias. Entonces la manzana probablemente sea lo que ha inclinado definitivamente la balanza.

 

Ivan ha convencido a Sarah, la mujer alcohólica y embarazada, que no habrá efectos del alcoholismo, que lleve adelante su embarazo porque el hijo nacerá sano como Christopher, su hijo cuadripléjico (un dato que obviamente Sarah no tiene). La mujer tendrá un hijo con síndrome de Down y en rigor no tan enfermo como el hijo de Ivan. El resultado inesperado es que se forma una familia con Gunnar (el gordo ladrón), la alcohólica y el mogólico. Irán a vivir a un país asiático para que el síndrome pase “más desapercibo” entre esos habitantes de ojos achinados. Podría decirse que su negación ha ido demasiado lejos, tanto como que la patología de ese niño no es efecto del alcoholismo. Para Ivan, de todos modos, los niños Down gozan de una felicidad que puede ser alegría para el Señor. ¿Alguien podría aseverar que el aborto habría sido mejor solución para esta familia “Más que humana”[3] que parte unida y feliz en busca de su nuevo destino?

Adam, el neonazi, ahora ayudará a los delincuentes, la alcohólica cuidará de su sonriente hijo mogólico, el gordo ha sido elegido como objeto amoroso -proyecto inimaginable para él- y ha devuelto la manzana robada. Con Ivan curado gracias al balazo que le atravesó la cara, los caminos del Señor son como nunca inescrutables y la Fe mueve montañas. Luego de este recorrido, la psicosis y la religiosidad tienen un buen resguardo en el mundo humano, porque a pesar de ser dos locuras, dos formas del delirio, encuentran líderes y seguidores.

“¿Qué tan profundo es tu amor?” tararea el estribillo. Aquí se requiere equilibrio porque el amor que se inscribe en este film, está del lado de la sumisión (la “su misión”) a la voluntad del Otro. Adam es el más adecuado por mostrárnoslo. Porque si el Otro no nos ama necesariamente ni somos los beneficiarios de su Plan Mayor, entonces el amor y la aceptación de los designios superiores no se articulan con el deseo, con saberse querido ni supone reciprocidades ni complicidades. El amor “profundo” por elque se interroga el director podría ser el nombre en el que la neurosis haría pie en medio del engaño que supone que no haya relación sexual. Adam, Ivan, Gunnar, Sarah y Khalid están bien lejos de este amor sin límites (que Lacan arriesga y supone en el final del Seminario 11).      

Sin embargo, cuando esa conformada familia parta hacia Indochina o cuando ellos comparten la tarta -momento de comunión lograda- nuestros sistemas, nuestras hipótesis, nuestra dirección de la cura habrá entrado en un laberinto porque el “tratamiento” ha tenido una efectividad en sujetos que nosotros supondríamos inanalizables. Perdidos como hormigas que caminan por una cinta de Möebius. ¿O quizás el método de Ivan pueda instruirnos con relación al difícil concepto de “saber-hacer”? La navaja de Adam que en un inicio raya adrede y con odio la camioneta, ahora corta la tarta de manzana. Para Ivan, este sujeto religioso -que hace ofrecimientos masoquistas y que probablemente sea psicótico-, ver a Adam tomar las valijas para iniciar a los nuevos convictos en la senda de los pequeños planes supone una satisfacción que la vida regala pocas veces.

 

 

        Edición y corrección de texto: Laura Kuschner.

 



[1] Film. Comentario aún inédito.

[2] Compáreselo con el alemán del film Gloomsy Sunday, en el que el jerarca alemán vuelve a Hungría a cumplir sus ochenta años, luego de su pasaje criminal por esas tierras, donde prácticamente se lo considera un héroe. Hasta siente como un homenaje personal que se conserve el nombre del lugar y la foto de aquella mujer que él supo violar. No sólo cree que su paso por ahí ha sido meritorio sino que, además, a su muerte será mencionado en los diarios como un justo por haber salvado judíos a los que robaba hasta el último céntimo. Comentario aún inédito.

[3] Juego de palabras con el libro de Theodor Sturgeon, Más que humano.


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